Las fobias específicas (o concretas), temores, se definen como un miedo muy intenso y persistente a objetos o situaciones claramente identificables. Por ejemplo, la visión de un perro desencadena un enorme temor que deja bloqueado al sujeto. La presencia del estímulo fóbico (el perro, en este ejemplo) provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad que puede llegar a convertirse en una crisis de angustia. En la mayoría de las ocasiones el estímulo fóbico es evitado, si bien a veces puede experimentarse, aunque con sumo terror; así, si el sujeto está con otras personas que piensa que lo van a proteger o que el animal está bien sujeto o es muy tranquilo, es capaz de mirarlo o pasar cerca.
Aunque los adultos con este trastorno reconocen que este temor es excesivo e irracional (si el perro aparece completamente inofensivo), esto no sucede a veces en el caso de los niños. Además, en los menores de 18 años los síntomas deben haber persistido durante al menos 6 meses antes de poder efectuar el diagnóstico de fobia específica. Esto es así porque la mayoría de los niños tiene fobias que desaparecen con el tiempo.
Cuando los temores afectan a la vida cotidiana
Como casi todo el mundo tiene algún temor o siente incomodidad ante algunos objetos, animales o situaciones, la fobia se diagnostica sólo si este comportamiento de evitación, miedo o ansiedad de anticipación afecta significativamente a las actividades cotidianas, a las relaciones laborales o sociales, o si la existencia de esta fobia provoca un malestar evidente.
En la mayoría de las ocasiones, el objeto del miedo es la propia anticipación del peligro o daño inherente al objeto o situación (así, el individuo puede temer viajar en avión debido al miedo a estrellarse o puede temer conducir un coche por miedo a tener un accidente). Sin embargo, las fobias específicas, temores, también pueden hacer referencia a la posibilidad de perder el control, angustiarse y desmayarse al exponerse al objeto temido. Por ejemplo, los individuos temerosos de la sangre y las heridas pueden estar preocupados por la posibilidad de desmayarse (y hacer el ridículo), los que tienen miedo a las alturas también pueden sentir inquietud por los mareos, y los que tienen miedo a las aglomeraciones pueden preocuparse asimismo por la posibilidad de perder el control y empezar a gritar cuando estén rodeados de desconocidos.
Por otro lado, el nivel de ansiedad o temor suele variar en función del grado de proximidad al estímulo fóbico (esto es, el miedo se intensifica a medida que el perro se acerca y disminuye a medida que se aleja) y al grado en que la huida se ve limitada (por tanto, el miedo se intensifica a medida que el ascensor se acerca al punto medio entre dos pisos y disminuye a medida que las puertas se van abriendo al llegar al siguiente piso). Sin embargo, la intensidad del temor no siempre se relaciona de forma tan previsible con el estímulo fóbico y, por ello, una persona que tiene miedo a las alturas puede experimentar grados variables de temor al cruzar el mismo puente en diferentes momentos.
Como se ha explicado ya, los adultos que padecen este trastorno, temores, reconocen que la fobia es excesiva o irracional. En el caso de que, por ejemplo, un individuo evite entrar en un ascensor porque está convencido de que ha sido saboteado y no reconozca que este temor es excesivo e irracional, en vez de una fobia específica debe diagnosticársele un trastorno delirante. Es más, tampoco debe diagnosticarse una fobia específica si el temor se considera coherente teniendo en cuenta el contexto en que se produce (por ejemplo, es normal tener miedo a recibir un navajazo si se visita un barrio peligroso, o a ser mordido por una serpiente si se está en la selva).
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