Ataque de pánico – Crisis de angustia

Las personas que padecen crisis de angustia, ataque de pánico, sienten, de forma bastante repentina y durante un periodo de tiempo limitado (suele oscilar entre uno y diez minutos), un profundo miedo o un gran malestar.

Estas sensaciones desagradables son tan intensas que quienes las sufren suelen creer que están gravemente enfermos (o incluso que van a morir o a volverse locos) y, por ello, tienen la necesidad de escapar de la situación o recibir ayuda de algún tipo.

La crisis de angustia, ataque de pánico, viene siempre acompañada por un conjunto de sensaciones orgánicas y por una serie de pensamientos. Entre las sensaciones las más habituales son: palpitaciones fuertes del corazón, sudoración, temblores o sacudidas, falta de aliento o ahogo, sensación de atragantarse, opresión o malestar en el tórax, náuseas o molestias abdominales, inestabilidad o mareo, aturdimiento, sensación de “falta de realidad” y de “estar fuera del cuerpo”, hormigueos en los miembros y escalofríos o sofocos. Por su parte, los pensamientos más frecuentes son el miedo a perder el control o enloquecer, y el miedo a tener un infarto o un accidente cerebro-vascular. Por supuesto, es raro que todos estos síntomas y pensamientos aparezcan a la vez y en la mayoría de los casos se presentan sólo tres o cuatro.

Si las crisis van repitiéndose, el miedo tiende a hacerse aún más intenso y la sensación de pérdida de control sobre la propia vida se acentúa. Es habitual que en este proceso de ataque de pánico se vayan evitando progresivamente los lugares donde apareció el pánico, por lo que el sujeto puede acabar restringiendo de forma drástica su movilidad y abandonar muchas de las actividades que antes le gustaban (ir a comprar a unos grandes almacenes, ir al cine o comer fuera de casa, viajar, etc.) o incluso las que necesitaba llevar a cabo (conducir, acudir al trabajo, etc.). En los casos más graves, algunas personas terminan completamente recluidas en su propia casa.

Posibilidades de ataque de pánico

Las crisis de angustia, ataque de pánico, pueden tener varias modalidades, pero se distingue, sobre todo, entre tres posibilidades:

  • Las crisis de angustia inesperadas, que son aquellas en las que el inicio de la crisis no se asocia a desencadenantes ambientales (es decir, aparecen sin ningún motivo aparente).
  • Las crisis de angustia situacionales, que, en cambio, se consideran desencadenadas por estímulos ambientales (por ejemplo, ver una serpiente o un perro dispara automáticamente una crisis de angustia).
  • Las crisis de angustia más o menos relacionadas con una situación determinada, que son aquellas en las que hay más probabilidades de que aparezca el malestar al exponerse a ciertos estímulos o desencadenantes ambientales (por ejemplo, las crisis tienen más probabilidades de aparecer cuando se está en unos grandes almacenes, pero a veces se puede comprar allí sin sufrir ninguna crisis de angustia, o bien padecerla media hora después de haber vuelto a casa).

El diagnóstico de Trastorno de angustia (con o sin evitación de situaciones) requiere la presencia de crisis de angustia inesperadas (las del primer tipo). En cambio, las crisis de angustia situacionales son más características de las fobias sociales y de las fobias específicas (que se describen más adelante). Las crisis de angustia más o menos relacionadas con una situación determinada (las del tercer tipo) son especialmente frecuentes en el trastorno de angustia, pero también pueden aparecer en la fobia específica o en la fobia social.

Algunas personas mejoran de las crisis cuando advierten que éstas no representan un peligro real para su salud; no obstante, en la mayoría de los casos se sigue sufriendo terriblemente porque las sensaciones continúan presentándose con igual intensidad y causan el mismo malestar orgánico. Es en estos casos cuando se afirma que la persona tiene “miedo al miedo”.

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